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5-ago.-2025, martes de la 18.ª semana del T. O.

Siempre frágil y pobre, inquieta y con todo victoriosa, la fe del cristiano camina hacia el encuentro del Señor resucitado

Despunta la mañana y el despertador indica la hora en la que tenemos que abandonar la cama para vivir la realidad de una nueva jornada en nuestra vida, teniendo en cuenta nuestro corazón agradecido por el descanso y las fuerzas con las que hoy nos premiarás para compartir el corazón lleno de servicio y buenas obras. 

Ahora es momento de reflexión en tu palabra: hoy nos das la ocasión de pensar en la figura de Pedro, presentado en toda su fragilidad: «le entró miedo, empezó a hundirse y gritó…». No deja de resaltarse esta vez su arrojo apasionado y la sencillez con la que reconoce su impotencia… Seguramente, tiempo después, al recordar tu mano sosteniendo la suya en el agua, Pedro habría podido recitar con el Salmo 18(17): «El tendió su mano desde lo alto y me tomó, me sacó de las aguas caudalosas». Al pedir caminar sobre el agua, Pedro no habría querido igualarse a su Maestro; simplemente desearía acompañarlo y seguirlo también en la inestabilidad… Pues ¿hay algún seguimiento verdadero de Jesús en el que no se tambaleen nuestras seguridades? 

Hoy, como discípulos, tenemos que reconocer que hemos sido llamados a prolongar tu mano misericordiosa para sostener, para acompañar, para cuidar a los demás en su nombre… Pero solamente reconociendo nuestra fragilidad y nuestra incapacidad para esto, solamente desde nuestra experiencia de ser levantados y sostenidos por tu amor bondadoso, podremos realizar nuestra misión. 

«¡Señor, sálvame!», es el sincero clamor, porque necesitamos que tu Mano nos levante para vivir y estar en pie. Gracias, Señor, por esta lección de amor y de confianza en ti. A pesar de nuestras debilidades Tú vuelves a llamarnos diciendo: «ánimo soy yo, no tengáis miedo». Ayúdanos, Señor, para que esta debilidad espiritual sea una gran fortaleza en tus mismas palabras: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?» Bendícenos guárdanos y protégenos y concédenos un martes lleno de fe y confianza en ti. 

Oración introductoria 

Señor, en este rato de oración quiero que me enseñes a creer, a fiarme plenamente de Ti. Mientras Pedro te miraba a Ti, caminaba sobre las olas; cuando comenzó a dejar de mirarte y a confiar en sus propias fuerzas, se hundía. Yo quiero aprender bien la lección: quiero fiarme plenamente de ti y desconfiar totalmente de mí mismo. Haz que cada día me parezca un poco más a ti.  

Palabra del Papa

Pedro con el arrojo que le caracteriza le pide casi una prueba: “Señor si eres tú, hazme caminar hacia ti sobre las aguas”; y Jesús le dice “¡Ven!”. Pedro baja de la barca y se pone a caminar sobre el agua, pero el viento fuerte le azota y comienza a hundirse. Entonces grita: “¡Señor, sálvame!”, y Jesús le tiende la mano y lo levanta. Esta narración es una hermosa imagen de la fe del apóstol Pedro. En la voz de Jesús que le dice “Ven”, él reconoce el eco del primer encuentro a orillas de aquel mismo lago y en seguida, nuevamente, deja la barca y va hacia el Maestro. ¡Y camina sobre las aguas! La respuesta confiada y pronta al llamado del Señor hace cumplir siempre cosas extraordinarias… Pedro comienza a hundirse cuando quita la mirada de Jesús y se deja influenciar por las circunstancias que lo circundan. Pero el Señor está siempre allí, y cuando Pedro lo invoca, Jesús lo salva del peligro. En la persona de Pedro, con sus entusiasmos y debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y a pesar de todo victoriosa, la fe del cristiano camina hacia el Señor resucitado, en medio de las tormentas y peligros del mundo… (S.S. Francisco, Ángelus, 10 de agosto de 2014)

Autor:
José Hernando Gómez Ojeda, pbro.