Cielo, azul y radiante en este primer día de la semana, que lo iniciamos bendiciendo tu santo nombre. Alegre despertar para iniciar nuestras actividades, llenos de fuerza espiritual y deseos de servir y amar a nuestros hermanos.
Gracias, Señor, porque en este día nos das la ocasión de poder celebrar a san Juan María Vianney, llamado normalmente el santo cura de Ars. Tú lo hiciste un presbítero admirable por su celo pastoral; no fue un hombre brillante ni de grandes letras, pero sí fue un sacerdote enriquecido en humildad y sencillez, que predicaba a sus hermanos, que supo guiar con sabiduría a tantos que se acercaban al sacramento de la reconciliación. Era un hombre campesino de mente rústica al que se le aplican las palabras de san Pablo: «Dios ha escogido a los más insignificantes para confundir a los grandes». Llegó a ser uno de los más famosos confesores de la historia y durante 40 años celebró los sacramentos, predicó, catequizó y confesó a los pecadores con ardiente caridad, oración y penitencia, sustentado en la eucaristía. Gracias, Señor, por su ejemplo, su testimonio, su generosidad de tiempo y su sabiduría para guiar y orientar a los pecadores.
Que como san Juan María Vianney seamos multiplicadores de los dones al igual que tú lo hiciste con cinco panes y dos peces para alimentar a una gran multitud en aquella ocasión. Permítenos ser también multiplicadores de amor, servicio y entrega. Amén.
Un muy feliz santificado y multiplicador Inicio de semana. Un lunes productivo para todos. Bendiciones y abrazos.
Oremos por todos los PÁRROCOS.
PALABRAS DEL PAPA
Hemos oído la narración evangélica: con cinco panes de cebada y dos peces (…) Jesús sació el hambre de cerca de cinco mil hombres (…). El hombre, especialmente el de estos tiempos, tiene hambre de muchas cosas: hambre de verdad, de justicia, de amor, de paz, de belleza; pero, sobre todo, hambre de Dios. "¡Debemos estar hambrientos de Dios!", exclamaba san Agustín (famelici Dei esse debemus: Enarrat. in psalm. 146, núm. 17: PL, 37, 1895 s.). ¡Es Él, el Padre celestial, quien nos da el verdadero pan! (…) El pan que necesitamos es, también, la Palabra de Dios, porque, «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4 cf. Dt 8, 3). Indudablemente, también los hombres pueden pronunciar y expresar palabras de tan alto valor. Pero la historia nos muestra que las palabras de los hombres son, a veces, insuficientes, ambiguas, decepcionantes, tendenciosas; mientras que la Palabra de Dios está llena de verdad (cf. 2 Sam 7, 28; 1 Cor 17, 26); es recta (Sal 33, 4); es estable y permanece para siempre (cf. Sal 119, 89; 1 Pe 1, 25). (San Juan Pablo II – Homilía a Castel Gandolfo, 29 de julio de 1979)
ORACIÓN
Señor, te doy las gracias por esta comunidad que me has encomendado, confío en que, como a Moisés, tú me darás también todo lo necesario para conducirlos seguros por el camino de la santidad, pero, sobre todo, que tú me darás consuelo y descanso en las horas pesadas, en los momentos de pasar por desiertos.