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El Divino Corazón de Jesús Según San Juan Eudes

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El Corazón del Hijo de Dios es una hoguera inextinguible de amor y de misericordia

El retrato más antiguo de S. Juan Eudes lo representa con un corazón flameante en la mano, rematado por la cruz, con una inscripción en latín en la que se lee: COR JESU ET MARIAE FORNAX AMORIS, que significa Corazón de Jesús y María hoguera de amor. Este símbolo expresa muy bien lo que fue la experiencia y la doctrina de Juan Eudes sobre el Corazón de Jesús. Por su formación en el Oratorio de Jesús, fundado por el cardenal Pedro de Bérulle, y por su propia vivencia, Juan Eudes tuvo una gran experiencia de la misericordia divina, y encontró en el símbolo del corazón el mejor medio para comunicar lo que él vivió.

Durante su larga vida como sacerdote misionero realizó muchas misiones populares, y en ellas comunicó a la gente de su tiempo su manera de ver y de sentir la misericordia del Dios santo. En uno de sus himnos escribió: “El abismo de mis miserias atrajo el abismo de su misericordia”. Su gran amor a María “la madre de misericordia” lo motivó a escribir primero sobre el corazón misericordioso de María; esta fue so obra principal que abarca tres tomos de sus Obras completas, y que terminó pocos meses antes de su muerte. Según él, el Corazón de María fue y sigue siendo el santuario donde ha vivido su Hijo Jesucristo desde el momento de la concepción en su vientre. Siguiendo a los santos Padres de la Iglesia, afirmaba que el Hijo de Dios vivió en el vientre de María durante nueve meses, pero en su Corazón inmaculado ha vivido y vivirá siempre. Por eso el Corazón de María es el trono de la misericordia.

Como culminación y corona de su obra predilecta, Juan Eudes escribió El Divino Corazón de Jesús. La vida espiritual de este santo normando estuvo totalmente centrada en Jesucristo, el Verbo encarnado; su gran anhelo era anunciar a todos el amor del divino Salvador y hacerlo vivir y reinar en el corazón de los fieles. Apoyado en la Sagrada Escritura y en los santos Padres, Juan Eudes afirmó que en Jesús hay un triple corazón: el primero es el corazón físico que palpita en su pecho y es el principio y motor de su vida humana; el segundo es el corazón espiritual, o sea, el ser interior de Jesús, con todos sus afectos y sentimientos. El tercero es el corazón divino, o sea el Espíritu Santo que lo inhabita y lo llena de su amor. Y ese corazón divino-humano nos pertenece porque él, Jesús, nos lo ha dado para que sea “el corazón de nuestro corazón de nuestro corazón, la vida de nuestra vida, el alma de nuestra alma”.

Juan Eudes se apoya en unos textos muy significativos de la S. Escritura para hablarnos del amor de ese divino Corazón. “Si es mi hijo querido, Efraín, mi niño, mi encanto. Cada vez que lo reprendo me acuerdo de él, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión, oráculo del Señor” (Jer. 31,20). O también: “Tanto amó Dos al mundo, que entregó a su Hijo único para que quien crea en él no muera, sino que tenga vida eterna” (Juan 3, 16). O este otro: “Como el Padre me amó, así yo los he amado a ustedes; permanezcan en mi amor” (Juan 15, 9).

Por todo esto el santo concluye que el Corazón del Hijo de Dios es una hoguera inextinguible de amor y de misericordia.

El amor del Corazón de Cristo se dirige en primer lugar al Padre celestial. Así lo afirma Juan Eudes: “Oh mi Salvador, me doy a ti para unirme al amor eterno, inmenso e infinito que tienes a tu Padre! Oh Padre adorable, te ofrezco todo ese amor eterno, infinito e inmenso de vuestro Hijo Jesús, como un amor que es mío! Y así como este Salvador nos dijo: Los amo como mi Padre me amó, puedo yo también decirte: Oh Padre divino, te amo como tu Hijo te ama! En segundo lugar se dirige a su santa Madre, la que llevaba en su Corazón inmaculado los acontecimientos y palabras de su Hijo Jesús. Juan Eudes se complace en ponderar ese amor: “Solo ella alimentó y dio vida al que es la vida eterna y da vida a todo viviente. Solamente ella, en compañía de san José, vivió de continuo por espacio de treinta y cuatro años con el adorable Salvador. Prodigio admirable! El divino redentor vino a la tierra para salvar a los hombres y sin embargo, no les concedió sino tres años y tres meses de su vida para instruirlos y predicarles; en cambio empleó mas de treinta años con su santa Madre, para santificarla más y más.

En tercer lugar el amor de Cristo abrasa a la Iglesia, nacida de su costado en la cruz, y a todos los hombres redimidos por su gloriosa muerte. Todo lo que Jesús hizo y padeció en la tierra, todo lo que enseñó, la institución de la Eucaristía y de los sacramentos, el envío del Espíritu Santo, y misión de los apóstoles a anunciar el evangelio de salvación, todo ello es la demostración del amor ardentísimo del Corazón de Cristo por todos nosotros. Y esa hoguera de amor es inextinguible, arde siempre, nunca se agota, y quiere abrasarnos a todos en sus poderosas llamas. Y cómo podremos corresponder a tanto amor? – con su mismo amor. Su Corazón nos pertenece porque somos miembros de su Cuerpo, somos uno con él, nos envuelve un mismo amor.

Por eso la devoción y el culto al divino Corazón es nuestro deber, nuestro privilegio, nuestra delicia. Juan Eudes fue el primero en instituir una solemnidad para honrar a ese Corazón lleno de amor hacia nosotros. El 20 de Octubre de 1672 hizo celebrar en su Congregación la gran fiesta en honor del Corazón de nuestro Salvador; el santo compuso personalmente los himnos y textos para dicha solemnidad. Posteriormente la Iglesia estableció la fiesta del Sagrado Corazón en el viernes que sigue a la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, con los acentos propios de la experiencia de santa Margarita María. Los hijos espirituales de este gran santo guardamos la rica herencia que él nos legó, y nos unimos a toda la Iglesia para honrar al Corazón divino de Jesús, fuente de vida y salvación.